Una vez una niña de 4 años me mostró
su dibujo y me contó, con una sonrisa, que allí estaban ella, su
papá y una mamá nueva.
La niña tiene una mamá a la que ama,
pero como sus papás están separados desde antes de que naciera y su
mamá volvió a formar pareja, además de su familia de “sangre”
también tiene papá, tíos y abuelos del “corazón”. Mamá
solamente tiene una.
Hace tiempo que vemos a las familias
separarse, crecer por un lado, por el otro, anexarse, yuxtaponerse,
renombrarse.
Muchas veces pensamos esos cambios como
fracasos, quizá por el temor a perder a las personas amadas. Pero
esta niña con su gran sonrisa y viéndolo todo con sus brazos
abiertos, me hizo entender que los cambios hay que pensarlos desde
nuevas perspectivas. Con esto no quiero decir que esta niña querría
a otra persona tanto como a su mamá. Quiero decir que no debemos
temer por las personas nuevas que entren en nuestra familia, no
existen cupos de antemano.
Restan los celos y las mezquindades. El
cariño, el amor, las nuevas relaciones suman, multiplican. Sobretodo
si hablamos de niños. Somos los adultos los que les trasmitimos los
parámetros de lo que esta bien o no, de lo bueno o malo.
La niña de la que hablaba al comienzo
hoy tiene 7 años, su papá tiene pareja, y la pareja de su papá un
hijo de 8. Los fines de semana, cuando se juntan todos, son una gran
familia, que se quiere, se cuida, con sus diferencias y charlas
infinitas.
Yo aprendo mucho de todos ellos y
simplemente quería compartir un poco de esta historia.
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