viernes, 24 de junio de 2016

Sobre el juego y lo didáctico

Estamos acostumbrados a escuchar publicidades de juguetes didácticos, pareciera que el ideal de juguete es aquel que permite jugar y aprender. Los publicistas saben que queremos que nuestros hijos se diviertan, aprendan y crezcan sanos.
Los juguetes y juegos didácticos empezaron a plantearse en el ámbito educativo. Porque se entendió que un ámbito lúdico es mejor cuantitativa y cualitativamente para el aprendizaje. Los docentes comenzaron a diseñar juegos y espacios lúdicos para enseñar determinados contenidos o habilidades.
En algún momento se instaló la “necesidad” de que los juegos y juguetes en el hogar también fueran didácticos. En ese sentido los padres al jugar con los niños asumen un rol pedagógico intentando instruir a partir del juego. La satisfacción llega cuando el niño puede repetir determinados números, o colores, etc.

El niño desde que nace aprende. Se esfuerza terriblemente por mirar, por tocar, por sostener. Cuando comienza a gatear lo hace para poder acercarse a los lugares u objetos más lejanos, justamente para conocerlos e investigarlos. Un dicho típico de los adultos a un niño que investiga es “con eso no se juega”. Espontáneamente asociamos esas incursiones con el juego. Así toca la comida del perro, los cacharros de la cocina, prueba la suela de los zapatos y hace cosas que nunca se nos hubieran ocurrido. La predisposición del niño, la concentración que suele manifestar, el placer, etc, nos hacen verlo como una actividad lúdica.
Los objetos a los que se aproxima, con los que juega y aprende ¿son “juguetes didácticos”? No, son las cosas que tenemos en casa y utilizamos diariamente, que tienen muchísimas texturas, formas, colores, olores, gustos. Según el momento físico y psíquico en el que se encuentre se interesará más por un objeto que otro o por realizar alguna acción específica. Los “juguetes didácticos” suelen presentar menos posibilidades. Por ejemplo, un libro con texturas muestra unas 6 o 7, que ademas suelen ser imitaciones de las texturas que dice representar.
¿No será mejor acomodar la casa para que pueda investigar sin peligro, acompañarlo en su búsqueda, llevarlo a pasear a lugares nuevos para que vaya adquiriendo conocimientos y experiencias del mundo que lo rodea?
De todas formas esta bien que el niño tenga juguetes “comunes” y “didácticos”. Un juguete es “bueno” en la medida en que sirve al juego del niño. Según el momento en que el niño se encuentre, los juguetes le pueden interesar o no, le ayudan en su jugar o no. Por esto el juguete debe elegirlo el niño, claro que podemos regalarle juguetes, pero será él el que decida si le interesa el juguete o el papel brillante que lo envolvía. Será el niño quien decida si prefiere un muñeco roto, si le gusta más el rosa o el celeste, la muñeca o el autito. Nuestro rol es presentarle las posibilidades y apoyarlo en su elección. Que él pueda elegir y decidir es más importante que cualquier aprendizaje motor o sensorial.
Lo que me interesa señalar es que si destacamos uno de los potenciales del juego, el de productor de determinados aprendizajes, estamos negando, en cierta manera, las demás posibilidades del mismo.
Jugar implica conocer, aprender, investigar, sentir placer, crear, fantasear y mucho más. Pretender que un niño además de jugar debe aprender es subestimar el juego.
Resumiendo, me parece que es importante permitirle al niño disfrutar del juego que el mismo desarrolla, y cuando jugamos con él compartir una experiencia de placer, sin poner por delante cuánto y qué aprende. Porque, quedémonos tranquilos, si el niño juega apasionado esta sacando al juego el máximo provecho.


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