lunes, 12 de septiembre de 2016

Familias

Una vez una niña de 4 años me mostró su dibujo y me contó, con una sonrisa, que allí estaban ella, su papá y una mamá nueva.
La niña tiene una mamá a la que ama, pero como sus papás están separados desde antes de que naciera y su mamá volvió a formar pareja, además de su familia de “sangre” también tiene papá, tíos y abuelos del “corazón”. Mamá solamente tiene una.
Hace tiempo que vemos a las familias separarse, crecer por un lado, por el otro, anexarse, yuxtaponerse, renombrarse.
Muchas veces pensamos esos cambios como fracasos, quizá por el temor a perder a las personas amadas. Pero esta niña con su gran sonrisa y viéndolo todo con sus brazos abiertos, me hizo entender que los cambios hay que pensarlos desde nuevas perspectivas. Con esto no quiero decir que esta niña querría a otra persona tanto como a su mamá. Quiero decir que no debemos temer por las personas nuevas que entren en nuestra familia, no existen cupos de antemano.
Restan los celos y las mezquindades. El cariño, el amor, las nuevas relaciones suman, multiplican. Sobretodo si hablamos de niños. Somos los adultos los que les trasmitimos los parámetros de lo que esta bien o no, de lo bueno o malo.
La niña de la que hablaba al comienzo hoy tiene 7 años, su papá tiene pareja, y la pareja de su papá un hijo de 8. Los fines de semana, cuando se juntan todos, son una gran familia, que se quiere, se cuida, con sus diferencias y charlas infinitas.
Yo aprendo mucho de todos ellos y simplemente quería compartir un poco de esta historia.


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